Desde que hace algunos años re-cordé la maestría de nuestro
ciclo menstrual y por lo tanto, de nuestro útero y de nuestra sangre, fue
inevitable compartir con otras mujeres esta fuente de sanación y despertar. Era
para mi como haber encontrado un tesoro, en algún sentido, era el mismo
sentimiento que tuve cuando recibí mi primera luna a los doce años: algo mágico
estaba sucediéndome y eso me hacía sentir infinitamente especial. El hecho de que la
mayoría de las mujeres que me rodeaban en ese entonces desconociera este
secreto me hizo dedicar parte de los últimos años a compartir
esta sabiduría a través de talleres, encuentros, escritos, poemas...
Pero la vida y la experiencia nos va ampliando la visión,
alumbrando aquello que desde la inmediatez de la pasión no siempre se ve. Así me ha sucedido con la forma en que
entiendo hoy nuestra naturaleza cíclica. Es para todas las mujeres que
recorrieron junto a mí esta Senda de la Mujer Cíclica en los talleres que compartimos, y
para todas aquellas que resuenen con esta lección íntima y personal que escribo
estas líneas.
Inspirada en la sabiduría de los ciclos, de la mano de la luna y en el regazo de la madre Tierra, fui
descubriendo con infinito asombro cómo los cuatro arquetipos femeninos que se
manifiestan en el ciclo menstrual tenían vida en mí, y fui descubriendo cómo me
habitaban y cómo presentes en la vida me iban enseñando sobre mis
talentos, mis artes, mis medicinas.
Descubrir y experimentar a la Diosa en mí fue re-velador.
Hay un antes y un después trascendental en este pasaje de mi camino y seguro
que a muchas también les ha sucedido así.
Lo cierto es que tras caminar esta senda fui comprendiendo
que, aunque presentes en nuestra naturaleza, estas cuatro fases son como las
olas del océano que hay que aprender a navegar. ….
Pero con los años, esta sabiduría comenzó a rigidizarse. Atenta a ser muy respetuosa con mi ciclo comencé a esforzarme por hacer que
toda mi vida estuviera “ajustada a mis cambios.”
Al principio esto fue
claramente liberador y sanador. Dejé de atender pacientes y de trabajar los
días de mi Luna. Como una loba somnolienta, mi cueva era mi gran tesoro. Y fue
tan dichoso habitarla, que luego esta choza interior se volvió sagrada, y luego
se volvió intocable. Luego, sólo un paso a la inflexibilidad. Sin darme cuenta,
para atender y complacer cada aspecto de mí y de mis fases, fui “paralizando”
muchas cosas en nombre del “ciclo”, hasta que finalmente mi luna
se volvió incómoda, mi fase pre-menstrual me regalaba una hechicera
insoportablemente descontenta, incómoda de vivir en mi propio cuerpo.
Había llegado el momento de buscar respuestas y haciendo honor al ciclo y su sabiduría, fui en busca de la abuelita sabia que nos habita los días de la luna, la que, esperándome con sus manos abiertas estaba lista para recibirme y susurrarme su lección... Era hora de ciclar distinto, era el momento sagrado en que la verdad decanta desde lo profundo de la experiencia, era el llamado a refinar y quedarme con lo que era cierto para mi ser.
Poco a poco me fui permitiendo celebrar ciertas actividades sociales los días de mi luna, encuentros que se ajustaran a mi especial modo de habitar la vida en los días sagrados en que sangro. También me di cuenta que sí podía sostener una o dos atenciones en estos días, pues la calma y serenidad que me habitan me permiten canalizar la medicina de manera muy placentera para mí. Finalmente me di cuenta que más importante que las acciones que llevaba a cabo en los días de la Luna era la actitud con que caminaba esos días. Entonces disminuí el ritmo, y me permití ser esa abuelita en movimiento. Lo mismo atesoré para mis demás fases, hasta que el continuo de la vida volvió a cobijarse en mí, y el oleaje de mis mareas volvió a ser amable y amoroso. Hoy, que estoy de luna, comparto esta experiencia simplemente porque así lo he sentido necesario en el fondo de esta vieja alma. No quisiera que la magia de nuestra naturaleza cíclica, cambiante, se volviera para nosotras una fórmula, un esquema en el que tenemos que encajar. Saber danzar con cada fase, observar y permitir que nuestra doncella, nuestra madre, nuestra hechicera y nuestra abuela puedan nutrirse en nosotras de manera saludable para que no aúllen de hambre con rabia y dolor. Pero entender que aun siendo cíclicas hay en nosotras un pozo donde estamos en el centro y desde donde navegar la marea se hace más sencillo y más placentero.
Poco a poco me fui permitiendo celebrar ciertas actividades sociales los días de mi luna, encuentros que se ajustaran a mi especial modo de habitar la vida en los días sagrados en que sangro. También me di cuenta que sí podía sostener una o dos atenciones en estos días, pues la calma y serenidad que me habitan me permiten canalizar la medicina de manera muy placentera para mí. Finalmente me di cuenta que más importante que las acciones que llevaba a cabo en los días de la Luna era la actitud con que caminaba esos días. Entonces disminuí el ritmo, y me permití ser esa abuelita en movimiento. Lo mismo atesoré para mis demás fases, hasta que el continuo de la vida volvió a cobijarse en mí, y el oleaje de mis mareas volvió a ser amable y amoroso. Hoy, que estoy de luna, comparto esta experiencia simplemente porque así lo he sentido necesario en el fondo de esta vieja alma. No quisiera que la magia de nuestra naturaleza cíclica, cambiante, se volviera para nosotras una fórmula, un esquema en el que tenemos que encajar. Saber danzar con cada fase, observar y permitir que nuestra doncella, nuestra madre, nuestra hechicera y nuestra abuela puedan nutrirse en nosotras de manera saludable para que no aúllen de hambre con rabia y dolor. Pero entender que aun siendo cíclicas hay en nosotras un pozo donde estamos en el centro y desde donde navegar la marea se hace más sencillo y más placentero.
Siempre seré una admiradora de nuestra naturaleza femenina y de nuestro don de fluir y transformarnos cuando hace falta.
Honrando esta sabiduría que nos habita, las abrazo en amor y
gratitud.
Raquel.